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Biografía
Los primeros siete años de mi vida los pasé en una región remota y rural conocida como Tierra Caliente, en el estado de Michoacán, México. No recuerdo agua corriente ni electricidad. Nuestra familia inmediata y extendida vivía en Apatzingán, la ciudad más cercana. Fue desde aquí que mi familia y yo emigramos a Los Ángeles en 1975. En muchos aspectos, fue como viajar del siglo XIX al siglo XX, dadas las condiciones rudimentarias a las que estábamos acostumbrados. Esta experiencia –de dejar una tierra por otra, de tener que redefinir constantemente lo que significa ser un ser humano, un hombre, parte de una comunidad– es un tema constante y central en mi trabajo. Me interesan las narrativas y viñetas sobre los momentos aparentemente descartados o insignificantes que moldean nuestra cultura. Creo que estos momentos desestimados tienen importancia y, al aislar estos momentos, intento estimular la reflexión.
Durante mis años formativos, nuestra familia vivió en Wilmington, California, en un viejo edificio de apartamentos de estilo español que apodamos “Los Muertos Parado”. Considero a Wilmington como mi ciudad natal. Nuestra pequeña comunidad estaba compuesta por varias culturas; algunas eran acogedoras, mientras que otras eran indiferentes o abiertamente hostiles a nuestra presencia. Un cercano “Club de Niños de América” (Boys Club of America) me brindó un santuario donde podía garabatear, leer y jugar al billar. Fue quizá allí donde comenzó mi camino creativo. Con el tiempo, mi atracción por el dibujo se volvió transformadora.
Aunque parte de mi trabajo consiste en grafito sobre papel, lienzo o madera, también trabajo con otros medios. Crear una nueva pieza es un proceso laborioso y que consume mucho tiempo, lo que puede requerir el gasto de innumerables lápices y/o minas de grafito, y hasta cientos de horas para llevarlo a cabo.
También soy un grabador autodidacta y he trabajado con este medio durante más de 20 años. El grabado es una parte integral de mi obra. Al crear un bloque de madera, mis líneas siguen los contornos de mis sujetos, rindiendo homenaje a las tradiciones de los maestros grabadores. Al hacerlo, veo mis grabados como mi voz que grita, mientras que los dibujos –las plantillas– son mi voz que susurra. En ocasiones, trabajo a una escala monumental para presentar mis narrativas; algunos bloques son tallados a mano y pueden requerir meses para completarse. Una vez impresos, cada tirada produce una edición limitada.
Al igual que otros artistas, mi obra contiene elementos autobiográficos. En particular, exploro frecuentemente las esferas públicas y privadas de la masculinidad. He pasado algún tiempo examinando los conceptos de masculinidad, hombría y códigos de conducta a través de las vidas de los hombres en mi vida. A menudo, uso el gallo como metáfora y símbolo de la hombría, el valor, el machismo y el patriarcado. Al interpretar a esta hermosa y regia (aunque común) criatura, su objetivo es convencer a un oponente de su sabiduría y presciencia. Sin embargo, es un animal feroz, que posee el instinto primitivo de luchar hasta despachar a su enemigo. De manera similar, algunos hombres encarnan esta cualidad, este sentido de astucia, esta naturaleza única, lo que los convierte en sujetos ideales de estudio. En esta etapa, no he encontrado respuestas definitivas y solo busco registrar e interpretar una vida de observación.
Para mí, el estilo particular de los artistas –su marca– tiene más significado que su huella digital o su firma. De hecho, es uno de los componentes básicos del ADN del artista. Debe ser grabado con propósito, significando compromiso. No importa si la marca está borrosa, arrastrada, empujada, borrada o redibujada. Si esa es la impronta, que así sea. Piensa en el acto como un tatuaje que impregna la superficie. Si intentas quitarlo, resistirá. Mis marcas están calculadas para fusionar ciertas imágenes, espacios ungidos.